miércoles, noviembre 07, 2007

El Woody


La otra tarde, sin saber porque, me sentí con la necesidad de ver una película de Woody Allen, pero no cualquier película, sino que “Match Point”, una de sus últimas producciones, la misma que deje de ver un día en Valdivia por preferir “300”. Bueno, la cosa es que busque en mi video club (o debo decir mi dividi clab) la película en cuestión, y con esa suerte que me caracteriza, obviamente no estaba. Enojado y acordándome de la madre tierra que vio crecer a mi hermoso país, me fui a la casa “rumiando mi rabia”, como dice mi gorda madre. Pero los dioses se apiadaron de mi y me premiaron con no solo una, sino que tres películas del maniático director, personaje que me ha entregado tantas buenas películas, que lo he llegado sentir como un cercano, como un amigo, el “güdy po’...”. Bueno, como les decía, ese día me senté, luego me acosté, frente al televisor y vi de corrido las tres películas: Los secretos de Harry, Hannah y sus hermanas (1986) y (una de mis favoritas) Manhattan (1979)...como verán, una sobredosis de manías, miedos y trancas psicológicas, pero de las buenas, de las mejores.

Luego de ver esa sobredosis de paranoias (a eso de las 2 de la mañana), me levante rumbo a un lugar tranquilo a meditar sobre lo que había visto y me di cuenta que hemos involucionado más que involucionado en varios aspectos...¿por qué lo digo?, me explico: Manhattan, es la historia de un escritor divorciado que sale con una quinceañera pero se enamora de la amante de su amigo, y cuando decimos que SALE-CON-UNA-QUINCEAÑERA, debemos entender que sale y SE-ACUESTA-CON- UNA-QUINCEAÑERA, o sea...hay escenas de “alcoba” como diría algún siútico. Frente a eso me puse a pensar que en 1979 no era censurable ni menos preocupante que un adulto se involucrara con una menor (en el cine por supuesto), pero ahora, una trama como esa ni siquiera pasaría nuestro progresista consejo de calificación cinematográfica. Por qué, porque creo que en varios aspectos nos hemos puesto mas cartuchos y nos dejamos envolver por la maldad y la perversión que significa el morbo de ver y creer todo lo malo que los medios día a día nos inyectan como un sedante para no pensar, para no EVOLUCIONAR, y eso, de alguna manera, sin duda beneficia a alguien. Alguien podría decirme que las cosas son así, y podría estar de acuerdo, que hay imbéciles...los hay y por montones, pero porque a fines de los setenta y mediados de los ochentas no eran temas esos temas y uno podía libremente cintas como “El graduado”, “El profesor de piano” o la misma “Manhattan”, pero en fin, alguien podrá hacer una análisis más profundo del tema.

Con eso de pensar en 1979 y de tranquilizarme con que eso sólo pasa en el cine (en teoría), la realidad me cacheteó one more time, cuando escuché y luego leí a otro personaje, igual de pequeño e igual de paranoico que “el Güdy” , defendiendo la “objeción de conciencia”...¡LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA!, refiriéndose a las cadenas farmacéuticas y su negativa a vender la famosa píldora. Increíble, que un personaje como ése me estuviera hablando de objeción de conciencia, cuando él y muchos como él, por años fueron “opresores de conciencia”. Paradojas de la vida, pero en fin, es lo que hay y es lo que tenemos. Lo único que espero que esto de la objeción de conciencia valga para el servicio militar (que todavía es obliogatorio); para las elecciones (porque si mi conciencia me dice que no vote por A o B razón, no deberían multarme ¿o sí?) o para que muchos se puedan negar a realizar tareas que a sus juicios nos son correctas, pero como eso no va a pasar, seguiré viendo mis películas.