Peatones y pajeros
O yo soy mal chofer o acá los peatones son como el forro. Fuertes palabras ¿cierto?, pero no son mías, se las escuche a un chofer de colectivo, que al parecer estaba más que tostado con sus conciudadanos. Mire, me dijo, yo manejo hace más de 20 años y desde que Coyhaique se empezó a llenar de autos y de pajeros, las calles están más peligrosas.
Me subí al colectivo a la salida de la oficina, luego de un día algo tenso. No habíamos avanzado un par de cuadras cuando de pronto un hábil y audaz ciudadano cruzó la calle en cualquier parte y cual profesional de las pistas, el piloto de mi negro auto lo esquivo al costo de casi golpear a otro vehículo que estaba a su lado. Como sólo íbamos los dos y en vista de la confianza generada en cuatro cuadras, le lanzó varias palabras de buena crianza al estúpido que casi nos provoca un accidente. Ve, son muy brutos estos viejos, no respetan nada, llegan y cruzan, y si uno los pasa a tocar...altiro amenazan con demanda, siendo que son ellos los imprudentes. Sip`o, así no más son...harto imprudentes, le dije con ese fluido típico de las conversaciones al interior de un colectivo.
Ya habíamos avanzado un par de cuadras más, cuando otro individuo que casí no se veía dentro de su tremendo “gip”, llegó y se cruzo por delante del humilde, pero esforzado, vehículo de pasajeros, en el cual yo iba por cierto. ¡Guena gueo’n!, ve, estos llegan y se tiran. Efectivamente, llegó y se tiro, sin ningún respeto por la vida humana. Frente a estos personajes me cuestionó eso que dicen que mientras más grande el auto y más prepotentes son, más chico lo tienen (el cerebro) y más macabeos son.
La cosa es que a esa altura el tostado era yo. El chofer que no dejaba de hablar, la radio que no deja de emitir rancheras; y si a lo anterior sumamos que la humedad dentro del auto era casi insoportable, mi estado de ánimo no era el mejor. Ya por calle Prat, la cosa se comenzó a poner más fea. Llegamos a los semáforos de la esquina “de las farmacias”. El chofer con las manos sudorosas pegadas al volante y sus ojos brillosos, más que esas luces de neón que todos tienen, esperando el cambio de luz. Tres, dos, uno y de rojo pasamos a verde. ¡Acelera!... y frena en seco. ¡Mierda!...ve...no le digo...llegan y cruzan. No habíamos avanzado un metro cuando una responsable madre con dos niños, una de la mano y el otro “ni por donde estuvo” cruzó la calle desafiando a la autoridad y contraviniendo todos las leyes publicadas en el diario oficial relacionadas con el transito.
Me faltaban cerca de 10 cuadras para llegar a mi destino y la aventura ya estaba empezando a tensar mi estado de ánimo. Creo que a más de alguien le ha pasado, así que estaría demás decirles la chacra que se arma entre autos y peatones en calle Prat al llegar a la esquina del “hipermercado regional”, ese de la salida de autos muy bien señalizada. La cosa es que por fin llegue a mi destino. Aburrido y apestado, me baje a media cuadra pensando en los peatones imprudentes que dejamos atrás y lo irresponsable que podemos llegar a ser, cuando de pronto escucho una bocina muy cerca de mis oídos. Sobresaltado, me corro un par de metros y pasa por mi lado un colectivo del cual salieron palabras de cariño hacia mi persona, palabras que por cierto respondí de la misma forma. Qué se cree el patudo, que aprenda a manejar mejor sería. Seguí cruzando la calle.
1 Comments:
Jajajajajjajajajajajjajajaja
kolektiverossshusshaesumareeee!!!!
Kapaz ke también estaban kon atake de pániko!!!!
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