miércoles, octubre 24, 2007

La Búsqueda

No hay nada mejor que llegar a la casa en la tarde, dejar caer las cosas al suelo, sentarse por un rato dejando de lado los problemas de un perro día de trabajo y escuchar un buen disco de jazz, (también puede ser de rock...da lo mismo), y leer algo de Cortázar y me refiero al escritor no al vapuleado ministro, que de cumplir con su palabra a fin de año, volvería a creer en la raza humana. Pero bueno, como les decía, no hay nada como relajarse un rato al final de un día laboral disfrutando de un momento de abstracción de la cruenta realidad.

Eso fue exactamente lo que hice el otro día al llegar de la oficina, pero como dice el dicho, después de la calma viene la tormenta...y que tormenta de emociones fue la que se me vino encima cuando al prender el televisor veo las imágenes de menores muertos siendo sacados por personal de bomberos y del Samu de Puerto Montt. La visión proyectada por el cátodo resultaba fuerte, chocante y por sobre todo triste; pero esa tristeza de adentro, esa tristeza que a medida que crece se convierte poco a poco en impotencia y luego en rabia. Esa fue la tristeza que sentí y todavía siento, pero la rabia es distinta. La rabia de ese día que era contra el mundo y contra nuestra sociedad en particular, mutó a una rabia más contenida, quizás reflexiva, una rabia humana, racional y dirigida a todos los que de una u otra manera fuimos culpables de que eso sucediera, y nótese que hablo de nosotros, nosotros todos como sociedad, porque lo queramos o no, de alguna manera somos culpables, por acción o por omisión. Somos nosotros los que muchas veces decimos que hay que “encerrarlos”, que hay que “mandarlos lejos...donde no le den problema a nadie”. Somos nosotros, nuestra sociedad represiva la que no da paso a una evolución más reflexiva y nos impide pensar en esos niños como personas que tienen familias, amigos, hermanos y toda una historia que los hizo cometer errores, y quizás los mismos errores que otros menores con familias, amigos, hermanos y pero con una historia de buen pasar e influyente, ¿se entiende, verdad?

Recuerdo que cuando se aprobó la ley de responsabilidad penal juvenil, gran parte de la sociedad pensó “que bien, más cárceles para estos delincuentes” o “por fin los van a encerrar”, ¿sería ese el fin de la nueva ley?, una ley que no teníamos y que da la esperanza de una inclusión social y no la nefasta reclusión social. Sin duda que la ley tiene errores, y varios, como lo han reconocido las propias autoridades con el paso del tiempo, pero creo que colchones más o colchones menos, el punto que debería hacernos reflexionar, como sociedad, es que queremos de nuestros pares, que queremos darles a esos menores con problemas; debemos pensar hasta donde somos tan solidarios como decimos cada año cuando nos entra el síndrome Teletón, como si el grado de solidaridad de un ser humano se pudiera medir en pesos, esos mismos cochinos pesos que desde niños nos enseñan a desear.

Yo no sé, creo que cada vez que ocurren cosas como estas, todos buscamos responsables a quienes colgar en la plaza pública, pero quizás deberíamos también buscar esas responsabilidades mirando a nuestro alrededor, y quizás en nuestro interior, quien sabe, en una de esas y mientras buscamos nos encontremos a nosotros mismos y lo que queremos entregarle a nuestros menores como sociedad, como familia y como país.